martes, 1 de noviembre de 2011

Que te he olvidado.

Que te he olvidado, que ya no eres nada.
Que antes no podía despertar sabiendo que no estás, que lo fuiste todo.
¡Cómo cambió el cuento!
Yo, que tan enamorado estaba, te olvidé.
La distancia nos unió, pero la distancia terminó con lo nuestro.
Sí, si me preguntasen que por qué te odio tanto, respondería que no hace tanto, te amé demasiado.
Que sí, que me enamoré a lo loco, y claro que mi amor te quedó grande, y claro que te veo como un error, pero sin duda, volvería a equivocarme.
Volvería a querer subirme a la torre más alta del mundo, para gritar que sin ti me derrumbo. También volvería a saltar aquel vacío eterno si por tan solo una milésima de segundo pensase en que tú me esperas al otro lado. No me importaría desintegrarme en el aire, o que la caída acabase con mi vida.
Claro que te odio, te odio pero te amé.
Fuiste mi mayor prioridad, y mi gran adicción.
Mi marca preferida de coca olía a fragancia de coco, mientras que mi marca preferida de ropa se llamaba tu piel.
Tal vez lo nuestro hubiera funcionado si lo hubiésemos intentado eternamente, pero ya habíamos perdido demasiado tiempo juntos, y merecía darle otra oportunidad al patético de cupido, pero con otras personas.
Ambos necesitábamos encontrar urgentemente encontrar nuestra media naranja, y no podíamos conformarnos con un medio limón que nos amargase la vida; ese medio limón que en muchas ocasiones se comportó como la mayor droga; te hacía alucinar, y te ayudaba a continuar con una sonrisa en el rostro, en algunas ocasiones, lo hizo como una cebolla; haciendo llorar y destiñendo el arco iris que con cada te quiero suyo fue pintando.
Otras, simplemente era un limón, que servía para darle sabor a la vida, pero también te la amargaba.


No hay comentarios:

Publicar un comentario